viernes, 20 de enero de 2012

Lista esencial de conocimientos letones (I)

El buen estudiante Erasmus, como probablemente haya escrito en todos los papeles y haya contestado de forma oficial a todo aquel que se lo haya preguntado, ha viajado para conocer una nueva cultura, cultivarse como persona, aprender un nuevo idioma y vivir experiencias diferentes. Por lo tanto, y en buena lógica, el estudiante Erasmus estándar vive de la observación, de estar pendiente a cualquier detalle que surja, vive de poner los cinco sentidos y su memoria al servicio de la experiencia erasmusera (o erasmusil).

Tras cuatro meses de intensivo trabajo en Riga (dos de los cuales han sido tan intensos que han impedido la publicación de ninguna entrada en este blog), al fin puede ser publicada la LISTA ESENCIAL DE CONOCIMIENTOS BÁSICOS PARA EL CORRECTO APROVECHAMIENTO DE LA EXPERIENCIA ERASMUSERA EN RIGA. Para su mejor comprensión y para, además, facilitar su aprendizaje a los futuros Erasmus de Riga, está dividida en varias partes. Hoy, hablaremos de:

Bares, discotecas,tugurios, bebidas y brebajes en general:

-El Shot Café tiene hora feliz de 7 a 9 de la tarde y de 1 a 2 de la mañana. Sofás. ¿Qué más se puede pedir?

-El Mojo Bar tiene hora feliz de 9 a 10 de la noche y de 1 a 2 de la mañana. Muy buen ambiente local y buena música en sus salas del piso de abajo. Cuidado con los codos de los letones. Bailan de forma salvaje (y contagiosa)

-El bar Coco Loco tiene hora feliz de 7 a 9 de la tarde. Buena música reggae y ambiente local. Buen sitio donde ir si te gusta experimentar con los cócteles. Te servirán uno distinto aunque pidas el mismo. El mejor mojito de Riga

-Hay descuento en chupitos los miércoles en el Moon Safari. Qué decir del bar erasmus y tugurio por excelencia de la “old riga”. Bandera española colgada en la pared. Bar inmejorable si quieres aprender español. Bar inmejorable si quieres aprender polaco. Bar inmejorable si quieres aprender inglés. Bar inmejorable si quieres aprender alemán. Bar inmejorable si quieres aprender francés. Bar inmejorable si quieres morir de axfixia un sábado. Único bar con el “Ai si eu ti pego” garantizado.

-El beer pub te ofrece cerveza por 0,70 lat la pinta (1 euro al cambio), pero su ambiente decadente a partir de más allá de las 2 de la mañana lo convierte en un lugar donde se puede encontrar lo mejor de cada casa. Borracheras a la rusa, letona o escandinava son muy comunes. Correcto bar si quieres mejorar tus conocimientos de “listening” o de inglés alcohólico. Muy buen bar si te gusta la música puesta en bucle. Suelen regalar la misma experiencia sonora de 7 canciones idénticas a los oídos del visitante durante las 24 horas del día que abre este tugurio.

-El Pulkvedis (o pulkvedim, o pulkedis, o pulvedim, o bulberris...). Bar sponsorizado por sonotone y fabricantes de audífonos en general de los cinco continentes. No recomendado para claustrofóbicos, es uno de los bares de moda para el letonaje local. Buenos dj’s en directo (si eres capaz de aguantar la música más de una hora). Indispensable la hamburguesería de enfrente.

-El French Bar. Más estrecho que el pasillo de tu casa, con más humedades que tu cochera o trastero, y con peor olor en el baño que tu fosa séptica, te garantiza sensaciones únicas mientras degustas tu cerveza “aldaris” tras dejar 70 céntimos en la barra. Intentó ser un bar de ambiente francés, pero el alucinantemente bajo precio de sus bebidas hizo que se olvidase todo el glamour. Fácil encontrar buen ambiente. Erasmus en Riga es French Bar o Moon Safari.

-El Essential ( o let’s go to the essential) . Discoteca de 3 pisos y 4 pistas. Odiada por los letones mayores de 20 años y amada por los letones menores de 20. Trance, house, éxitos oldies y un gran picadero en el piso superior componen una gran variedad de escenas surrealistas dominadas por el humo del tabaco. Imberbes con traje se mezclan con camisetas de abanderado sudadas y con la clientela de negocios del hotel Radisson-blu, a escasos 200 metros de la discoteca.

-El Cuba. Salsa, Bachata y ritmos caribeños para bailar. Sofás para hablar. Terraza en verano. Muy buenos mojitos y variedad de cervezas, aunque con precios algo caros. Muy difícil aburrirse aquí.

Próxima entrega: la comida.

viernes, 21 de octubre de 2011

Sobre la fiesta y los viajes (II: Sigulda y Vilnius)

Tras la fiesta, suena el despertador. Notas las legañas, casi incrustadas, y las arrugas de la almohada en la cara cuando tratas de desengrasar los párpados, que parecen haberse declarado en huelga y funcionan con los servicios mínimos. No sin un gran esfuerzo, y sin estar muy seguro de haber escogido la opción correcta, con el maravilloso recuerdo de esa misma almohada, tratas de mover tu cuerpo hasta la estación de tren o de autobús. Con suerte y si te marchas el fin de semana completo, habrás hecho la maleta el día anterior. Sin ella, o mejor dicho, casi siempre, tendrás que encontrar la suficiente cantidad de camisetas limpias, de calzoncillos y de calcetines sin divorciar (la lavadora les confunde) para llenarla. Con el frío doloroso de la mañana, llegas 10 minutos tarde a la estación. Sin embargo te das cuenta de que eres el primero. Típica sensación de sábado.

En tu vida pre-erasmus corres y pierdes transporte público entre semana. En tu vida erasmus, en el fin de semana.

Sigulda

Uno de esos fines de semana nos fuimos hasta Sigulda, un pueblo más o menos grande situado en el interior de un bosque. Por suerte y por desgracia, hacía sol. Por suerte porque ahora sé que estábamos disfrutando de los últimos rayos de sol que calentaban algo. Ahora, y por desgracia, conozco la sensación de un sol que está ahí, que lo ves, que te despierta por la mañana por la falta de persianas en tu ventana, que te hace estornudar de forma estúpida cuando abres la puerta de tu portal, pero que no calienta en absoluto, nada, cero. Como si estuvieses a la sombra.

Estación de tren en Letonia

Y por desgracia, porque los más experimentados letones, decidieron como 200 lagartos, apelotonarse en la estación de tren y subirse a la vez, apretujados, apretando los dientes, con los codos afilados, a uno de esos cacharros diésel que serían dignos de cruzar Siberia en la época dorada de la Unión Soviética. Decir hacinados sería quedarse corto. Aún recuerdo a la encargada de revisar los billetes con un agobio que le provocaba que las gafas estuvieran en la punta de una nariz que destilaba, gota a gota, sudor sobre los billetes que sellaba. A esta estampa se le sumaba un niño que casi destrozaba los cristales del tren con la vibración de un llanto hondo, sentido y mejor impostado que las arias de Pavarotti. ¿Cómo de algo tan pequeño pueden salir tantos decibelios?

La sensación era maravillosa. El bienestar aumentó cuando el tren se paró, supongo que para que disfrutáramos del paisaje espectacular, durante una hora en medio de las vías. Ese fue el momento esperado por una típica señora ruso/letona (deberían ser patrimonio de la humanidad), con su pañuelo anudado debajo de la barbilla, y vital fatiga se pusiera a rezar en voz baja, pero muy audible (debido a su audición, supongo) varias plegarias al santo ortodoxo de su pueblo. Inmejorable.

Tras dos horas en aquel purgatorio, llegamos a Sigulda. Un pueblo increíble y al que merece la pena ir si estás por la zona y te gusta caminar (o subir escaleras, porque las rutas estaban llenas de ellas para superar el desnivel de la montaña). Desde el punto más alto de los montes que rodeaban a uno de los valles más espectaculares que he visto, solamente se podían ver bosques casi infinitos en cualquier dirección. Árboles y hojas que, a punto de caer, mostraban todo el cromatismo del otoño y te hacían sentir realmente pequeño, y subido al teleférico que atravesaba el valle, libre flotando en un mar amarillo, naranja y rojo.

Vilnius

Si en Sigulda y en el anteriormente contado viaje a Jurmala conocimos las bondades de las líneas ferroviarias letonas, en el viaje a Vilnius nos decidimos a catar las líneas de autobuses bálticas. Y francamente, cuando me subí al autobús, me daba un poco igual lo que me pudiera encontrar. Además, y siendo francos, si todo es perfecto, no es divertido. La causa de esa sensación era el baratísimo precio de las líneas de autocar a los países bálticos. 15 euros, por ejemplo la ida y la vuelta del viaje a Vilnius (a 3 horas y media de distancia) o los 22 a Tallin (a cuatro horas y poco)

Así no me importó que a la vuelta, en medio de la total oscuridad de las 9 de la noche, me situaran justo delante de una televisión que no paró de emitir películas de dudosa calidad en polaco subtituladas al ruso o en ruso subtituladas al ruso, no vaya a ser que no se entendiera bien la trascendencia de los diálogos de una película llena de significado. Su sinopsis es para auténticos eruditos.

Un paisano, mezcla entre Antonio Resines y Antonio Molero con 5 horas diarias de gimnasio más, llega a un hospital no se sabe muy bien por qué. Allí hay enfermeras que, por estar más cómodas en el suave clima de la estepa rusa, deciden llevar debajo de su bata, lencería fina de encaje. El paisano se recupera en un solo día, pero decide quedarse en el hospital con el sano objetivo de realizar una orgía con todas ellas. El paisano es Dios en la tierra ligando. Toca el piano, cocina platos minimalistas, calienta a base de puñetazos a todo el personal que ronda tras las virginales señoritas, y además, es capaz de ganarse también a las madres de todas ellas, llenándose los pectorales de grasaza, como buen ruso, arreglando los tractores de sus respetables maridos. Tras hablar, en el hospital y entre vodka y vodka, probablemente de Nietzsche y Ortega y siempre por descuido, las señoritas dejan caer sus batas mostrando su bien proporcionada anatomía. En el autobús ya nadie podía dormir. Los chistes debían de ser buenísimos, pues entre pinta y pinta de cerveza (quizá los señores que estaban en los asientos de al lado se bebieron como siete, cortesía de Eurolines), el rusamen del autobús se despollaba sin reparos de ningún tipo, jaleando las conquistas del Resines patrio. Brutal.

Por lo que respecta a la ciudad, poco puedo decir, porque el trancazo que me pillé fue de auténtico órdago, y aunque hice el turismo adecuado, mis recuerdos tienen la misma neblina que una borrachera. Lo que me impresionaron de verdad fueron dos cosas: primero la devoción que los lituanos tienen por el baloncesto. Chavales jugando en el parque a pesar de que caían chuzos de punta, balones de basket en cada esquina, decorando en forma de luces cada calle, con jugadores del Lietuvos Rytas en cada marquesina de autobús urbano...La envidia me corroía a cada paso. Nos llevan años de ventaja


Plaza al atardecer en Vilnius

El otro punto fue la visita al antiguo cuartel de la KGB. En el sótano, las celdas, las habitaciones de tortura y las de ejecución. El silencio de los visitantes en el hormigón de la cárcel helaba. Eran estancias de no más de 5 metros cuadrados, acolchadas para que los gritos de los torturados no llegasen a los cómodos despachos de los vigilantes. Cada mirada realmente dolía. Solo con imaginar las condiciones de vida de aquellos presos políticos, aguantando el invierno con tan sólo un pijama, hacinados entre excrementos sin sanitarios, u obligados a permanecer de pie en un pequeño círculo de 20 centímetros de diámetro para no caer al agua helada en interrogatorios que podían durar más de dos días, tu punto de vista sobre la condición humana se veía seriamente cuestionado. Al final de la visita, acabé por desencajarme cuando reparé que, a pesar de todo lo sufrido, en el patio los presos habían puesto una canasta de baloncesto.

jueves, 20 de octubre de 2011

Sobre la fiesta y los viajes (I)

Un mes después, son ya casi dos los que llevo metido en esta ciudad que cada vez veo como más mía. Un mes después ya puedo decir que, si, que efectivamente, y a pesar de la inocencia e ilusiones previas que me dieron los últimos rayos de sol en septiembre, ya conozco la forma en la que voy a morir (congelado). Y un mes después, también, he conocido en qué consiste la rutina Erasmus, una vorágine de viajes y fiestas de inauguración de apartamentos/pisos/casas/reservas de pelusa en general. Así que vamos, para compensar por la falta de actividad, con una entrada doble. Mañana, la segunda parte.

Es verdad, las fiestas se suceden con una periodicidad y puntualidad londinenses. Cada lunes o martes se recibe la invitación para la fiesta del jueves y/o viernes siguientes, y, al final, todas las fiestas acaban por seguir el mismo ritual:

a) Dificultad en el inicio: Da igual que la fiesta esté organizada para empezar a las 8, a las 9 o a la una y media de la madrugada. La gente aparecerá cuando le dé la gana. Normalmente esa hora suele estar entre las 11 y media y las 12 de la noche. Después de haber cenado, con mayor o menor éxito en el índice de deliciosidad de los platos preparados, y de las dos primeras cervezas. En este punto el sentimiento del dueño del piso es de perplejidad o preocupación. ¿Qué es lo que ocurre? o ¿cuándo se dignarán estos cabrones a venir? Serán las frases más repetidas por el dueño del piso. Las conversaciones, entre los escasos invitados, girarán en torno a la universidad o a la puntualidad de los distintos países

Tortilla de patata: una elección siempre arriesgada en cuanto al nivel final de deliciosidad

b) Gran avalancha. Da igual que la fiesta esté organizada en un grupo privadísimo y secretísimo de facebook. A las 11 y media/ 12 de la noche, el dueño del piso se encontrará con más de 50 o 60 personas en su casa, de las cuales no conocerá a más del 40 por ciento. En este punto el sentimiento del dueño del piso es de perplejidad o preocupación. ¿Quién es este paisano? ¿De dónde ha salido Fulano o Zutano? o ¿Quién es este señor de Azerbaiyán que ha traido consigo una corte/harén de 17 quinceañeras? (verídico) serán las frases más repetidas. Las conversaciones, ya semietílicas, girarán en torno a la calidad de las cervezas letonas o sobre lo mala que es la música que está sonando en ese instante.

c) División. Da igual que la fiesta esté organizada para ser el summun y el culmen de la sociabilidad. Media hora después del inicio, los asistentes estarán irremediable e inevitablemente divididos en dos zonas: Por un lado, los fumadores, normalmente apelotonados en la cocina y con las puntuales visitas de los no fumadores, que se unen a las conversaciones y escogen su botella del amplio escaparate de vodkas y cervezas tanto en cirílico como en latino en el que se han convertido nevera y congelador. Por otro, los no fumadores y/o ligones repentinos, que se encuentran en el salón escuchando y, a veces bailando, la música que sale de los altavoces del ordenador. Música que por cierto, es cambiada sin miramientos ni remordimientos de ningún tipo por asistentes ávidos de dejar de escuchar unos house, otros rock, otros chundachunda comercial. Ya no hay límite para las conversaciones, se puede hablar de política, pasando por el rácing de santander hasta llegar a discutir sobre si la compra de las lays con sabor a pepino ha sido la más adecuada en lo que a regustillo del paladar se refiere.

d) Gran evasión. Da igual que la fiesta esté organizada para durar hasta las 3 de la mañana. Sobre la una y media o dos los asistentes se dividirán a la mitad, unos para ir a los tipiquísimos moon safari o essential (dependiendo si la fiesta se celebra en jueves o en viernes) y otros para quedarse, cual lapas, amarrados al parquet o a las baldosas del apartamento. En este punto el sentimiento del dueño del piso es de perplejidad o preocupación: ¿Por qué se va la gente? (primero) ¿Por qué no se va la gente? (después). Esta etapa de la fiesta es mucho más emocionante si aparecen casero o vecinos con bata, punto al que se puede llegar. En ese caso, solo quedará gritar. Come on guys! Let's move! Y desaparecer lo más rápidamente posible, quizá dejando el suelo blanco de la cocina sin poderse distinguir del marrón del parquet, o más de 40 botellines de cerveza distribuidos por los rincones más extraños. En este caso, la conversación será al día siguiente: unos dando las gracias por la invitación y otros, acordándose de la familia de algunos de esos unos.


martes, 20 de septiembre de 2011

La universidad

Todos sabemos cómo son los primeros días en cualquier cosa, en cualquier sitio, en cualquier situación y cómo es el inicio en cualquier nueva etapa de la vida. Hay inseguridad, incredulidad, pero también ganas de agradar y de intentar que esa primera impresión, esa que dicen que nunca se repite, sea la mejor posible.

Pues bien, mi primera impresión de la universidad fue la misma que tuvo el primer pulpo que llegó a un garaje (que a saber cuál demonios fue realmente). Fue mucho más chocante, distinto, y sorprendente de lo que cabía esperar. Una conjunción entre lo “posh”, lo cani y Boris Yelstin que me descolocó por completo.

Llevaba sólo 3 días en la ciudad y aún no había conocido en profundidad el “russian-style” más que en las camisetas “abanderadov” de mi experiencia en el barrio del hotel y en la presencia de 27 marcas distintas de vodka en el supermercado, además de arenques salados cual cheetos matutino y una indescriptible clase de pescado seco envasada defectuosamente al vacío y que probablemente, no se comiera con cuchillo y tenedor.

Muestra del snack infame

Aquel día, el “russian-style” llegaría un paso más allá. Cuando llegué al campus y comprobé que en vez de cafeteras de segunda mano había lexus y bmws quise pensar en que era una cosa normal, pues estoy estudiando en la universidad más cara y privada de los países bálticos, y precisamente si tienes dinero para pagar una millonada por tu carrera, probablemente puedas recibir también al cumplir la mayoría de edad un coche con llantas de 19 pulgadas en vez de un R-21. Sin embargo no tardaría en darme cuenta de que los rusos iban un paso más allá.

Nada más abandonar la primera charla, con clásico vídeo turístico de la ciudad, llena de sonrisas repletas de dientes y felicidad por todas partes, tarjetas identificativas con nombre y procedencia y juego de conocimiento al uso (donde se trataba de realizar tareas con enunciados como “encuentra una persona que sea capaz de tocarse la punta de la nariz con la lengua), tuvimos el primer contacto con los alumnos locales.

En mi grupo (porque nos separaron en pos de las “relaciones entre culturas” y para que se hablase inglés en vez de letón) pude contar un total de 6 corbatas, 3 chalecos de punto, más de 20 colgantes y anillos de oro, y para acabar de redondear el paisaje, un tipo que decidió ponerse una americana encima de una camiseta interior de tirantes para poder a la vez demostrar petadez muscular, poderío económico, flow procedente del otro lado del río Hudson y elegancia a la hora de combinar colores. Puro y genuino “russian-style”

Las chicas tampoco se quedaban a la zaga. Los Erasmus estábamos a la vez en un evento de la trilogía bodabautizocomunión y una convención de secretarias de altos ejecutivos. Tacones, faldas de talle alto, tacones de vértigo, trabajos artesanos de peluquería a lo Sarah Palin y maquillajes cual Mariquita Pérez. Brutal.

Luego estaban los que habían optado por un estilo más acorde al “look british empollón” con jerseys encima de corbatas que parecían sacadas del armario de Chandler Bing. Puro aroma de los noventa. Y oro, mucho oro. En pulseras, collares, pendientes…Por supuesto también había chavales normales, con camisa de cuadros y vaqueros, pero probablemente las primeras impresiones no se basan quizá en la normalidad de la mayoría, sino en lo que es disonante y raro. Ese día lo fue, pero aún veo trajes y corbatas estampadas cada día en la universidad.

La huevo-competición

Al día siguiente, y tras la terapia de choque que supuso el primer contacto con la cultura rusa de la ostentación y lo mucho que les importan las primeras impresiones (los letones son más reservados y sencillos) llegó la primera clase. Pero no fue una asignatura al uso, sino una clase magistral, casi un cursillo impartido por un profesor americano que trató de que nosotros, los alumnos Erasmus, y los de primer año, aprendiésemos a trabajar en equipo y a desarrollar nuestra creatividad.

Así que se organizó el concurso “landing capsule”, en el que había que lograr que un huevo lograse llegar intacto al suelo tras dejarlo caer desde un cuarto piso. Las herramientas: dos folios, un metro de cinta adhesiva, 40 centímetros cuadrados de film trasparente y cuatro pajitas. El tiempo: algo más de media hora. Yo me ví en el grupo junto a 4 letones y una chica de Bélgica tratando de explicar en un inglés aún algo macarrónico que la mejor opción era un paracaídas, mientras que Sophie, la chica belga, se afanaba en que el artefacto fuera bonito y los letones discutían entre ellos en un pulcro gramaticalmente y sintácticamente pero indescifrable letón. Perfecta comunicación y trabajo en equipo. Ganamos el segundo premio a diseños tan arriesgados como “la litrona mahou que amortigua” (tres españoles en este grupo) a pesar de que nuestro huevo rodó al llegar al suelo.

Imagen del artefacto

Aún me saben ricos esos bombones del segundo premio…Sophie y yo dijimos que los íbamos a guardar y volver a llevar el lunes…ilusos…los Erasmus no tuvimos que ir más a los cursillos de aprendizaje.

lunes, 12 de septiembre de 2011

48 horas de contrastes


Si creía que mi hotel estaba lejos, me quedaba comprobarlo andando solo, de noche, y con una de esas lluvias que parecen menos de lo que son, están bien al principio, pero muy mal al final, sobre todo si llevas unas gafas graduadas y un mapa que leer. 

Si, efectivamente, andando también mi hotel estaba muy lejos, y conforme iba caminando, el mapa se iba rompiendo al mismo ritmo que la luz iba desapareciendo de las calles, los edificios se volvían más grises y el número de prostitutas (con sus respectivos chulos bajo las contadas farolas de la avenida) aumentaba. No, no había escogido la mejor parte de Riga para establecerme en mis primeras noches en la ciudad, pero tampoco había escogido el peor itinerario para dar un tranquilo paseo por la capital de Letonia, eso lo descubriría dos noches después.

48 horas que sirvieron para conocer los contrastes de esta preciosa ciudad, pequeña y grande a la vez si se compara la “old city” y la periferia, llena de edificios art-decó, repleta de bares con música en directo y con un casco antiguo en el que merece la pena perderse una y otra vez entrando en los pubs y clubs que hay en cada esquina. 48 horas que me hicieron comprobar, también, por primera vez, lo barata que están la cerveza y el vodka en Riga (1 euro la pinta y el chupito de 50ml) y lo que significaba la noche letona y el ambiente Erasmus sin parar de conocer gente nueva hasta las 6 de la mañana de la mañana siguiente. Aún faltaban otro día, otras 24 horas.

Y en esas 24, quizá fui testigo de uno de los mayores contrastes que haya visto en cualquier ciudad. Me dejé guiar por una “buddy”, es decir, una madrina Erasmus letona de un amigo, hasta mi hotel. Si creía que el paseo de dos días antes había sido una experiencia “inolvidable”, ahora, acompañado por esta chica letona, creía que había estado paseando por la calle Serrano. Caminé por calles donde vi personas descalzas fumando un pitillo “tranquilamente” (para ellos, no para mí) y me persiguieron borrachos a la soviética usanza. Los edificios, de madera, parecían poderse caer en cualquier momento, y aún había a la 1 de la mañana señoras que intentaban vender flores en alguna esquina. En aquella parte de Riga aún se veía la anterior influencia de una Unión Soviética que, en otras zonas de la ciudad, más modernas, más amplias y más ordenadas, ha quedado tapada y olvidada por un ambiente cosmopolita europeo.

Es, también, precisamente, en los contrastes culturales, de edificios, entre el gris de las calles y el verde de los muchos jardines que hay aquí, donde se puede encontrar el encanto de esta ciudad, que aunque está muy delimitada en cuanto a la división turismo/resto, guarda auténticas sorpresas tanto en el centro como en la periferia, llena de bosques y con la playa a escasa media hora en tren de cercanías.

Jürmala
Jürmala es esa playa, ese pueblo típicamente turístico donde todo cuesta el doble. Sin embargo, su arenal es espectacular, increíble. 22 kilómetros de playa que, en verano (y cuando fui, lo era prácticamente) se llena de visitantes de los países bálticos vecinos, así como rusos para disfrutar del sol y de los dj’s que pinchan en la arena.

Y en ese pueblo que debe solo existir en verano, tuve una de las experiencias de choque cultural más bizarras. Nos disponíamos a comer mientras un cirujano amablemente y sin anestesia nos quitaba un riñón (eso sí, en ambiente familiar, con familias con sus niños y música tradicionalmente letona en lo que podía ser un equivalente a la tuna, por lo molesto) cuando de repente, un speaker de una marca de cerveza letona se nos acercó. Quería organizar un concurso de miss camiseta mojada con participación erasmusera. Sí, eran las 2 de la tarde, había chavales correteando, y si hubiera estado una televisión puesta con “Cine de Barrio” no habría extrañado.

Mis amigas se negaron a participar, pero dos chicas locales o rusas (ver la diferencia cuesta un poco) quisieron disputarse los 100 lats de premio bañando sus bustos en cerveza. Sin embargo, sí que hubo participación extranjera en el jurado. Jan, nuestro compañero eslovaco, no dudó en aceptar el requerimiento profesional y usar su ojo clínico y experimentado “a regañadientes”.

Lo mejor estaba por llegar. Alrededor de los remojados cuerpos cerveciles, sin sujetadores por medio para las delicias del personal, correteaban niños rusos. Otra niña se sentaba en las rodillas de su padre, jurado en el concurso junto a nuestro amigo eslovaco y a la versión letona de Jose Antonio Camacho en el mundial de Corea y Japón. El éxtasis llegó a la hora de la entrega de premios. La abnegada tarea de Jan había tenido recompensa. Teníamos 6 cervezas gratis.

martes, 6 de septiembre de 2011

Día 1: Primera toma de contacto

Barajas. 13 45 del lunes 29 de agosto de 2011. Es un día importante, sin duda, no sólo porque viaje en avión por primera vez, sino porque, en teoría, voy a vivir una de las experiencias más increíbles que se puedan tener como estudiante. Sí, me iba de Erasmus. Y en teoría me iba a una ciudad extraña, perdida en el mar báltico, gélida, sin hablar (o hablando poco) español, y teniendo que adaptar mis españolas papilas gustativas a una dieta donde lo menos salado iban a ser los arenques envasados al vacío y donde no existirían los tuppers congelados en la bodega de un autobús ALSA. 

Sin embargo ¿qué ocurrió? Había españoles en todas partes, en el vuelo, en la residencia, en el supermercado (un gran vino tinto que haría enrojecer de vergüenza al Cumbre de Gredos) y en la universidad. Una gran y amplia presencia española que abarcaba incluso al pub de Erasmus de la ciudad (el moon safari) en forma de bandera española. Sin duda respiré. No está mal que al llegar a un sitio que imaginabas diferente y extraño te sintieras menos lejos de casa. El alivio duraría poco. 

Duraría poco porque me encontraría con lo mejor de la antigua unión soviética en Riga, con el mejor aroma ruso-vodkil de la autodenominada París de los Bálticos. Me había equivocado al escoger el hotel. Era barato, sí, pero estaba a 40 minutos del centro y en uno de los barrios donde la frase más amistosa era un gruñido.

Llegando al hotel

La verdad es que llegar al hotel no fue difícil, pero sí fue caro. Los 10 lats que tuve que pagar a un paisano con pinta de conductor de autobús escolar me parecieron en aquel momento baratos, luego me daría cuenta, con el paso de los días, de que me estafaron como 5. 

El hotel no estaba muy bien situado (Pernavas iela)
El caso es que llegué…y aquello no parecían los Campos Elíseos, desde luego, era como una zona de periferia, con hierba plantada sin mucho criterio, y donde era difícil distinguir donde empezaba la carretera y acababa la acera. El hotel decía tener 3 estrellas, pero la calle no daba muy buenas sensaciones. Hacia arriba, una gasolinera, y hacia abajo, sabe Diós qué, porque aquella calle no parecía terminar nunca. Comprobaría dónde estaba el final días más tarde, acompañado por una letona, en una de las noches en las que más miedo he pasado por mi integridad física. Pero no adelantemos acontecimientos.

Era el momento de decir la primera frase en inglés, esa que había pensado a lo largo de todo el viaje en el taxi, y que creía fundamental a la hora de conseguir dormir bajo techo la primera noche en Riga. Traspasé una puerta y noté por primera vez un olor que se me haría familiar en los próximos días. Una especie de mezcla entre alcanfor, antipolilla, Aután y cable quemado que incluso se quedaría en mi ropa y llegaría a mantenerse un par de días después de que llegara a la residencia el 1 de septiembre. Ahí estaba la recepción: ¿Do you speak english? Of Course…I’ve booked a room here some days ago…ID card please?... No había sido muy diferente a las conversaciones tantas veces repetidas en la escuela de idiomas, asi que entré y subí hasta mi habitación, la 522.

El transporte
Tras dejar mis cosas en una habitación bastante buena, con cama de matrimonio y bastantes cosas gratis en el baño (indispensable) llegó el momento de coger el autobús y subir al centro a cenar con mis nuevos amigos españoles.

En Riga hay tres tipos de transporte público: Autobuses, trolebuses (autobuses guiados por una catenaria) y tranvías. Yo tenía que coger el autobús número 3 y bajarme en la estación de tren, no parecía demasiado complicado, pero tendría algún problema hasta llegar a la ópera, junto a la cual está la residencia donde yo iba a vivir a partir del 2 de septiembre y donde había quedado con mis amigos españoles.

No fue difícil encontrar un cajero automático para comprar un billete pero sí que fue difícil tratar de hacerme entender con alguien para que me diese cambio para poder pagar el autobús (mi primer intento consistió en intentar pagar el autobús directamente con un billete de 20 lats o poner cara de pena, pero no funcionó, tuve que bajarme en la siguiente parada) 

Nada más entrar en el primer bar a pedir cambio, me arrepentí. Había dos hombres rusos con el equivalente soviético a una camiseta de tirantes abanderado en la barra con cara de muy pocos amigos. Nadie hablaba inglés, y cuando saqué los billetes para intentar pedir cambio me miraron de una forma muy rara, así que decidí pirarme de allí lo más rápido posible e ir hasta la gasolinera para pagar un kínder bueno (cómo no) con un billete de 20 lats.

Subido ya en el autobús, no me costó encontrar la parada, sí el hotel donde había quedado. Estuve dando vueltas bajo la lluvia durante 15 minutos, pero al fin estaba cenando y paseando por la antigua Riga. La ciudad era bastante bonita, y la cena, muy barata y letona (porque el mcdonalds era letón) Acabé de cenar a las 12 de la noche, tenía que regresar al hotel andando.